10:23

10:23 por Artemisa

Al salir del taller me sentía nuevo, útil, dispuesto a cumplir con el propósito de mi existencia. En ese momento creí ser el dueño del tiempo, tal vez lo era para una minoría, pero no para él.

Aún recuerdo con que esmero pulió la madera, redondeando las aristas de los bordes, realizó un calado tan preciso, perforó de manera concisa, pinto con precisión cada espacio, con el afán de que mi aspecto fuera impecable, aún no conforme; me creo una base con unos relieves tan hermosos, según él para crear la sensación de algo antiguo, de otra época, de la época de sus abuelos. 

Porque no lo voy a negar, mi creador no se miraba tan nuevo como yo, comenzaban a salirle líneas raras en la cara, en las manos, pero lo más impresionante de su aspecto era sus cejas, tan grades como mis relieves, tan espesas como mi pintura, y tan negras aún como mis agujas, si tuviera manos se las tocaría.

Me llevo a casa, me coloco en la mesa y no volvió a mirarme durante un largo tiempo, ¿quién se creía?, tenía que mirarme, yo controlaba los segundos, los minutos y las horas. Él era un relojero, vivía arreglando relojes, pero yo, su única creación, fue abandonado en una mesa, nadie me miraba, nadie me creí necesario para establecer las horas de sus actividades. 

Espere arduamente durante mucho, su única actividades eran salir para su taller y regresar a la casa, leía siempre el mismo libro, comía a diferentes horas, realizaba sus hábitos de higiene en el baño, apagaba las luces y entraba a su habitación, para realizar la misma rutina al día siguiente, pero sin dedicarme una sola mirada. 

Hasta que un día, llego con una mujer, al entrar; ella me miró, volví a sentirme útil, ya no era tan nuevo, pero era útil. Comenzó a llegar más seguido, conversaban durante horas, aún no comprendo por qué él siempre decía: – Que engañoso es el tiempo, sentí que solo pasaron minutos. 

Los minutos no se comparan con las horas, claro que se sienten, ya estaba establecido, para mí era claro, trabajaba con el tiempo, era su sustento, pero no, para él lo que determinaba mi existencia era engañoso. 

Un día, ella le pregunto por mí, sentí que mis agujas se paraban de la emoción, me miraría de nuevo, pero no lo hizo, mencionó algo muy escueto sobre crearme para una ocasión especial. Me desilusione, entre en un estado de negación sobre por qué me hizo sí no le sería útil, yo quería ser lo primero que miraba cuando el sol comenzará a salir y lo último que miraría cuando la luna estuviera en su punto más alto. 

Pasaron los años, ¿recuerdan las cejas de mi creador?, ya no eran tan negras, perdieron su brillo, su color, pero aún eran impresionantes, ambos envejecieron, ella aún seguía con el mismo semblante y siempre me miraba. Hasta que un día dejo de llegar. Así transcurrieron los días, mi creador dejo de ir al taller, pasaba mirando la ventana, no realizaba más actividades que esa.

Hasta que un día, me miro, no miraba las agujas que marcaban el tiempo, miraba algún punto exacto de mí, me volvió a tomar entre sus manos, entramos a su habitación, me colocó en el mueblo alto enfrente de su cama, se acostó… 

Amaneció, no se levantó, pero me miraba, no quería que se moviera, porque eso implicaría dejar de mirarme, pase tanto años en el olvido por su culpa, tenía que aprovechar mientras durará. 

Pasan los días y él no hace nada, comienzo a preocuparme, me miraba esperando algo, quería ofrecérselo, para que volviera a ser el mismo, pero no lograba descifrarlo, en su mirada notaba como perdía energía, como las agujas del reloj cuando están por detenerse

Hasta que al fin lo entendí… mi existencia, reducida al momento presente, flota en el océano de las cosas creadas como uno de esos átomos luminosos que nadan en el rayo del sol. 

Mientras él cerraba los ojos como despedida, recordé la mención de crearme para un momento especial, este era el momento especial, estaba hecho para marcar la hora y el minuto exacto en que moriría. 

Eran las 10:23…


10:23 fue escrito por Artemisa.

Autora originaria de Choluteca, Honduras
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