MARÍA JOSÉ FONSECA: AURORA. 

María José es una escritora de cuentos cortos principiante de Choluteca, Honduras, quien escribe desde los quince años, y sueña con publicar su propio libro. Disfruta mucho de narrar y convertir en arte los momentos más cotidianos de la vida, pues en ellos se encuentra la magia. Su pasión más grande es su familia y disfruta su día a día junto a ellos.

AURORA

Al caer de un domingo por la tarde, de este año y de este mes; una tarde oscura, una tarde gris, ya fuera por la neblina o por el aura del escritor, pero era una tarde sin color, sin vida. Un cielo impetuoso, haciendo temblar los suelos entre fuertes rugidos, disparando líneas de colores en formas de rayos que juegan a las escondidas entre las opacas nubes.

En tardes como éstas Marcela suele recordar a su abuelo, y mientras toma una taza de café, lo imagina de nuevo en esa silla mecedora que tanto le encantaba. Su abuelo Fernando estuvo casado por 48 años con doña Ramona, hasta que en una tarde de enero, cuando las aves salen a cantar, don Fernando, quien había dedicado sus últimos años completamente a cuidar de su esposa, enviudó; dejando a don Fernando con muchas historias por contar, y con un poco de culpa por todos los secretos que tuvo que dejar ir.

Marcela es joven, y casi nada la logra sorprender, está en esa edad, esa que ustedes saben, donde todo es complicado y cada sensación, cada lágrima se siente como el fin del mundo, y cada amor es narrado por el mismísimo Shakespeare, si, la edad en la que más sufrimos, que de niños soñamos y de adultos a diario añoramos. Si, la edad de la poesía.

Marcela y su abuelito Fernando han sido muy cercanos, cada noche ella iría a visitarlo y prepararía su cena, y cada noche don Fernando le contaría historias de su juventud, anécdotas que creería serían de buena moral para su amada nieta. Cuando la abuela Ramona murió, don Fernando cada día entristecía más, alejándose de todos, hasta de Marcela. Todos los tíos se reunían e intentaban convencer a Marcela que esto era lo mejor para su abuelito, que por ahora, el necesitaba su espacio. Marcela, valiente como siempre, se negaba a tomar esta respuesta por cierta, así que cada noche seguía yendo donde su abuelo a prepararle cena y su taza de café. Algunas noches eran más fáciles que otras, más simples que otras, más suaves que otras, pero sin importar la pesadez de la noche, todas tenían algo en común: ya no habían más historias por contar. Marcela sabía que no debía insistir, por lo que solo se sentaba por las tardes en silencio al par de su querido abuelo.

Pasaron los meses, y la vida se volvió más complicada, Marcela ya no tenía las mismas tardes libres, la vida interfirió en su relación con su abuelo. Una tarde de Octubre, entre dudas y lamentos don Fernando fue a casa de su nieta, para contarle una historia, la historia más coincidental de todas. Eran las tres de la tarde y Marcela no había regresado aun de la escuela, don Fernando ansioso no dejaba de preguntarse dónde podría estar. Pasaron un par de horas más, hasta que Marcela cruzó la puerta.

— ¡Papito! No sabía que vendrías – gritó en emoción al verlo sentado en el viejo sillón de la sala – Te he extrañado muchísimo, habría llegado antes de saber.

— Mi niña, yo te he extrañado más. Siéntate conmigo, por favor.

— Claro que sí. ¿Cómo has estado? ¿Ya cenaste? Porque puedo prepararte cena y tu taza de café.

— Si si, tu mamá ya me dio de comer. He estado bien, te he extrañado mucho. Hay tardes tristes, como siempre, pero la mañana siempre sale sonriendo. Hoy te tengo una historia, de esas que te encantan, pero esta no es mi historia, esta historia le ocurrió a dos amigos a quienes recuerdo bien, yo solo quiero contártela.

Marcela sabía por la mirada de su abuelo que algo no andaba bien, sabía por pláticas que escuchó entre rendijas que el corazón de su abuelo no latía igual, ya tenía los años encima y después de tantos daños y decepciones no hay forma que el corazón tenga la misma intensidad. La paz que Marcela sentía al verlo era indescriptible.

— Esta historia ocurrió hace muchos muchos años, hija, no había nacido aun. Eran dos buenos amigos míos, uno de ellos se llama Juan y su amada se llamaba Adela. Se conocieron un día de febrero, un día común, un día perfecto. Adela había tenido un día largo, entre deberes y quehaceres, mientras que Juan venía de un día cualquiera de su casa, sentado con su amigo Luis. Poco sabían ambos que ese día el destino les jugaría en contra, sonriéndoles con dulzura mientras a carcajadas reía de ellos. Para Juan fue amor a primera vista, para Adela fue un amor más. Para Juan fue un amor de leyenda, para Adela fue un amor de cuento corto. Para Juan ella fue el amor de su vida, para Adela él era el amor de esta vida. Los ojos de Adela eran enormes, podías ver el universo entero en ellos, ojos oscuros y cabello castaño largo que caía hasta la cintura, su tez era blanca con un suave tono de café, y su voz era dulce, como la de un río en invierno, que te llena de esperanza pero que sabes que te advierte cautela. Probablemente era la mujer más hermosa que Juan había visto en su vida. Con el pasar de los meses el amor de Juan y Adela crecía en fuerza y en intensidad, lejos de verle un final, ambos enamorados. Era un amor de cuento, ella le daría galletas los días nublados y él le contaría historias en las noches de insomnio. El amor, como la vida y como el destino, es un juego de azar, y ellos dos estaban dando todas sus fichas a una sola baraja… y a veces no importa cuánto desees algo, si no estás listo para tenerlo, no lo vas a lograr ni aunque pongas todo tu esmero, porque las cosas no se logran deseándolas, ni siquiera mereciéndolas, las cosas se logran con suerte y con destino. Él era un hombre con suerte, siempre lo supo, y se lo repetía cada vez que se hundía en sus ojos color chocolate, bailaban al ritmo de las nubes bajo una impetuosa luna, como dos locos enamorados, como dos locos con los sentidos en las venas y la cabeza en el horno. Como dije antes, la felicidad no llega por merecerla sino por azar, y los dados de ellos dos habían sido echados. El amor, entre más puro… más fugaz. Porque pueden haber amores que duren años y se olvidan en un minuto, y amores que duran días que los encarnas en la piel por el resto de tu vida… porque no es cuestión de tiempo, el amor no se mide en tiempo, se mide en que tan completo fuiste al par de una persona, aunque haya sido una locura. Así como los grandes amores en la historia, y las grandes tragedias, el de Juan y Adela estaba destinado también a solo durar un par de horas, un par de latidos; la vida y el destino les dio la espalda y Juan tuvo que partir a otras tierras, lejos de su familia y lejos de su amada. Prometieron amarse a la distancia, pero el amor está lleno de promesas que no se pueden cumplir. Un día de enero, las cartas dejaron de llegar, y no hubo más. Juan es un hombre con suerte, pero la suerte no es eterna. En su última carta le escribió “en las noches que me extrañes, en esas que más piensas, cuéntale a la luna, quien ha sido nuestro más grande testigo de este amor de locos” y así fue, cada noche que se extrañaban lo conversaban con la luna, y era ella quien les consolaba. Aun habiendo partido, Juan le mandaría cartas sin respuestas a Adela y Adela las leería cada noche para conciliar el sueño. Pasaron años, y un día Juan, quien había esperado por ella toda la vida, recibió la noticia que ella se casaría, lo que ya te imaginarás rompió su alma en mil pedazos. Pensó en visitarla, y recordarle todas las promesas que habían hecho durante mil días… pero esta vez él sabía que era muy tarde.

Los ojos del tenaz abuelo se entristecieron, su nieta quedó sin palabras al escucharlo narrar tan linda historia, pero en ella quedaba la duda del amigo Juan…

El tiempo pasó y Marcela seguía  visitando a su abuelo cada tarde, incluso aquellas en las que tenía deberes, porque ella siempre supo el valor de sus prioridades. El tiempo pasaba y don Fernando cada vez enfermaba más, algunos días no comía, otros días no conversaba.

En una tarde triste de junio el corazón de don Fernando dejó de latir, dejando devastada a su familia, sus hijos y hermanos no podían concebir lo que había sucedido. Su querida nieta se encargó de arreglar la casa, puso tulipanes en cada mesa, estaba lista para darle el último adiós a su abuelo. Sabía que todos estaban tristes, pero ella se sentía feliz, agradecida con la vida, no podría haber deseado un mejor abuelo, se sentía afortunada de haber aprovechado su tiempo con él lo más que pudo. Llegaron amigos, familia, amigos de la familia, amigos de Marcela, ¡la casa estaba llena! Todos contaban historias de la juventud de don Fernando, pero claro, Marcela las conocía todas, su abuelito ya se las había dicho. Marcela se sentó unos segundos a pensar, cuando al fondo escuchó una voz, que entre incesante llanto, es una voz que se le hacía familiar, como si ya la hubiera escuchado antes. La voz provenía de la entrada, era de una mujer, Marcela decidió acercarse… y al estar a solo dos pasos de la conocida voz lo supo. ¡Era Adela! Todo este tiempo ella supo que Juan y Adela eran un invento, y que esta historia era la de su abuelo.

Se acercó a ella, ¿pero qué le diría? Los nervios recorrían todo su cuerpo, pero ella debía conocerla. Con un poco de temor le tocó su hombro izquierdo, y le preguntó:

— ¿Adela?

Cuando una señora de cabello de plata, corto al hombro y un poco rizado, volteó a verla, y tenía los ojos cafés más enormes, que podías ver el universo entero en ellos, unos ojos que contaban una historia sempiterna.

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6 respuestas a «MARÍA JOSÉ FONSECA: AURORA. »

    1. Que bonito Majo! Felicidades! Al leer tu cuento aprendi dos cosas. La primera fue como empezar a ver algo de una manera diferente. Cuando lei la manera en que Marcela recibio la partida de su abuelo me dio como un click en la cabeza. A veces ese dolor que viene cuando alguien cercano a vos se va, es un dolor hubiese. Empezamos a pensar si hubiese pasado mas tiempo con el o si no hubiese hecho eso. Creo que mas que el dolor es la conciencia. En caso de Marcela ella estaba muy feliz porque supo aprovechar a su abuelo en sus ultimos dias. Me deja una leccion de que tengo que aprovechar a las personas que tengo a mi alrededor para que cuando llegue su partida pueda recibirla como lo hizo Marcela❤

      Lo segundo fue la palabra sempiterna 😅 no tenia ni idea de lo que significaba. Ahora ya se!

      Felicidades! Segui haciendo lo que haces porque sos muy buena🤗 cuando saques tu libro no dudare en comprarlo🤩

      Le gusta a 1 persona

  1. Te felicito muy bonito cuento, de muchas historias de nuestros abuelos contadas con otros nombres y otros personajes que al final terminamos entendiendo que fue parte de sus historias de vida.
    Sigue adelante y espero pronto puedas publicar tu libro Y comenzar a contar tu propia historia.

    Le gusta a 1 persona

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